Lo real es la única fantasía en la que creemos

on domingo, 2 de junio de 2013


Ingenuos:
O farsantes constructores de dogmas.
Temerosos:
Cobardes ilusionistas nietzscheanos.
Cortinas de humo. Dimensiones virtuales. Policías constructores del orden.
Copias. Imágenes en serie que enfrían el sol. Sueños programados.
Conformistas:
Comodidades que alivian tensiones. Falso testimonio. Verdades que engañan. Mentiras que suben. Historias que mueren.
Película. Ilusión de realismo y tensiones. Trama, conflicto, sufrimiento, finales felices. Película. Ilusión de realismo.
Poder. Discurso y verdad. Poder del discurso. Tensión discursiva: intereses, hegemonía. Hegemonía y poder.
Moral. Juicio. Condena. Jueces: modelos, tipos ideales. Sentencias que unifican colores. Mundo gris.
Verdad. Proyección única del mundo. Dominio. Continuidad. Marginalidad de la sospecha latente. Contra-hegemonía. Poder. Discurso. Verdad.
Real. Mentira. Eternos actores de un guión ajeno. Asimilación. Ecos y falsa consciencia. Reproducción. Orden: poder.
Duda:
Ruptura.  Crónica. Primera persona. Voces. Más voces. Llaves y candados. Viento. Lluvia. Tormenta. Sueños que sueñan despiertos. Cambio de marcha. Cambio de mando. Sublevados. Improductiva barbarie turbadora. Desorden. Empoderados. Consciencia. Poder. 

Del sistema y sus marionetas...

on domingo, 14 de abril de 2013



-Joven: “Hola, ¿qué tal?”.
-Sistema: “Hola, tengo muchas cosas para ti hoy”.
-Joven: “¿Si? Cuéntame de qué se trata”.
-Sistema: “Puedes verlo tú mismo. Me he preocupado porque puedas verlo tú, todo el tiempo y en todo lugar”.
-Joven: “Es bueno que te preocupes por mí”.
-Sistema: “Siempre lo hago. No existiría sin ti”.
-Joven: “Bueno, cuéntame de qué se trata”.
-Sistema: “Tengo para ti, hoy, muchas ilusiones”.
-Joven: “¡Qué bien! ¡Me encantan los sueños!”.
-Sistema: “No son sueños. Son ilusiones”.  
-Joven: “¿Qué quieres decir?”.
-Sistema: “Que no te pertenecen”.
-Joven: “Entonces, ¿no son mías?”.
-Sistema: “Son para ti, pero no tuyas”.
-Joven: “¿Podré usarlas?”.
-Sistema: “Por su puesto. Pero tendrás que devolverlas”.
-Joven: “¿Cuándo?”.
-Sistema: “Justo cuando comiences a creer que te pertenecen”.
-Joven: “¿Y cómo sabré cuando ese momento llegue?”.
-Sistema: “Porque te creerás capaz”.
-Joven: “¿Capaz de qué?”.
-Sistema: “De ser esa ilusión”.
-Joven: “Sigo sin comprender”.
-Sistema: “Sentirás el éxito, la fama, el dinero… la ilusión comenzará  a ser tu más incuestionable verdad”.
-Joven: “Claro que no, no podría ser tan iluso”.
-Sistema: “Créeme,  lo serás”.
-Joven: “Entonces… no seré nada…”.
-Sistema: “Sí, serás tu apariencia”.
-Joven: “Eso no me sirve”.
-Sistema: “Pero a mí sí”.
-Joven: “Me siento frustrado”.
-Sistema: “Eso es lo que busco”.
-Joven: “Me siento angustiado”.
-Sistema: “¿Viste?”.
-Joven: “¿Viste qué?”.

-Sistema: “Ya has caído”.  

Borrador

on viernes, 25 de enero de 2013



Arriba - abajo | Norte - sur | Blanco - negro | Rubio - morocho | Correcto - incorrecto | Adaptado - inadaptado | Civilizado - bárbaro | Dominante - dominado | Culto - inculto |
Bueno - malo | Ricos - pobres | Hombre - mujer | Grande -
chico |Sujeto - objeto | Activo - pasivo |Enseñar 
- aprender | Profesor - alumno | 
Conocimiento - Ignorancia


|  BORRADOR  |


Despojado de todo, el todo se hace nada. O quizás no. Quizás, despojado de
todo, aflore lo que es, la esencia no contingente.
Es cierto que es imposible, pero resulta interesante pensarlo. El mundo, sin lo
que conocemos de él, ¿seguirá siendo mundo? Entonces, despojados de lo
conocido, ¿nos sumergimos en la ignorancia? En lugar de conocer, buscar
desconocer. Sería como caminar hacia atrás; o quizás no. ¿Es posible conocer
la ignorancia? Tal vez la ignorancia no resulte tan ignorante, ni el conocimiento
tan culto. Quizás hay un poco de cada uno en el otro, quizás no son tan
opuestos, quizás no existen sin el otro, quizás no existen. Sí, muchos quizás,
es cierto. Pero qué mejor que el quizás, que siembra la duda y se desliga de
disiparla, que instaura la rispidez y que -odiosamente- te llena de problemas.

Volvamos al conocimiento, digo (perdón), a la ignorancia.

Hasta hace unos años solía preguntarme cómo sería la vida del que
desconoce, del que ignora, del ignorante. Entonces pensaba cómo
sobrellevaría sus días sin saber que 1853 fue el año en el que se consolidó la
Constitución Nacional, que Rousseau fue quien comenzó a sentar las bases de
la democracia, que las palabras agudas terminadas en n, s o vocal llevan tilde
o que la raíz cuadrada de 25 es 5. Ahí es cuando me invadía una sensación de
vacío; claro, el vacío de pensar en algo que no está, que falta; el vacío de sentir
que el otro es ajeno al conocimiento, que no le pertenece.

Por suerte, algunas experiencias cambiaron mi concepción de “vacío”.

Con el tiempo dejé de pensar tanto en cómo sería la vida de los demás y
empecé a pensar en mi propia vida. No desde una posición egoísta, sino más
bien  introspectiva. Ahí empezó el problema. Todo está bien, hasta que nos
preguntamos si todo está bien.
Yo conocía, había pasado toda mi vida tratando de conocer, sabía que me
gustaba conocer y sabía también que era bueno tratando de hacerlo. Conocer
parecía ser la experiencia que más dominaba de todas mis experiencias
posibles. Me sentía seguro, avanzaba a paso firme y mis proyecciones rara vez
se ponían horizontes.

Pero después caí. Mi lamparita se apagó; o quizás se prendió por primera vez. 

No sé cómo fue, cuándo ni quién la generó. Pero pasó. Alguien abrió esa
puerta y mi porfiada curiosidad se ocupó de no cerrarla más. Llegó, fue una
avalancha de luz.

¿Qué es el conocimiento?

Leída hoy, no parece demasiado. “¿Qué es el conocimiento?”. No la subestimo,
pero hoy ya no me es extraña, es casi inseparable de mí.
Cuando llegó fue como un tornado, arrasó, me dejó sin nada y a la vez me dio
todo. No me preguntó si lo aceptaba; conocerla implicó no poder elegir volver a
no conocerla.
El resultado de esa pregunta no produjo en mí sólo la típica preocupación
Moderna sobre lo cognoscible y las formas de conocer. Su reacción fue mucho
más profunda.
Esas cuatro palabras me pusieron de espaldas a mis proyecciones y de frente
a mi pasado. De repente me encontraba frenado, mirando hacia atrás, con más
replanteos que objetivos, con más preguntas que todas las respuestas que creí
haber encontrado desde el primer día que pisé la salita de 3. Ahí estaba,
aturdido y ofuscado, inconforme y con miedo.

Era una posibilidad. Todo lo que había aprendido podía no ser. Mi historia 
sobre el mundo no era la única historia posible sobre el mundo. 

Fue en ese trance que volví a mis viejos divagues. Recordé cuando me
desvelaba pensar en quienes no conocían y recordé la sensación de vacío. Fue
curioso. Era la misma sensación que sentía yo, en ese momento, con más
conocimientos en mi cabeza de los que podría imaginarme. Después de haber
leído tantos libros, de haber consultado tantas fuentes, de haber aprendido
tantos nombres, memorizado tantas fechas... después de todo eso, volvía la
sensación de vacío. Pero lo comprendí. El problema no era el conocimiento. El
problema era yo.

Mi historia sobre el conocimiento era demasiado limitada. Había un 
conocimiento sin libros y un mundo sin ignorantes. 

Descubrir nuevas historias es animarse a mirar el mundo desde lugares
distintos, desafiar lo conocido y atreverse a darle nuevos sentidos. Las historias
únicas aprisionan el descubrimiento y estancan la vida; son el cuento que no se
cuenta sino que se reproduce, se repite, reincide siempre igual a sí mismo. Son
historias que no se viven porque se obedecen. Las únicas historias son las que
ocultan otras historias, y esas otras historias son las que liberan cuando algún
narrador se anima y decide contarlas.
A la pregunta inicial, la dueña de todos mis males, le siguió otra. Fue también
problemática, pero de una manera distinta. Fue como una señal de tránsito en
medio de la nada: me orientó sobre hacia dónde seguir; y le hice caso.

¿Quién determina cuál es el conocimiento legítimo?

Después de eso, nada fue como antes. ¿Quién puede atribuirse el derecho a
determinar qué tipo de conocimiento es legítimo y qué no? ¿Cómo puede
creerse que la educación institucionalizada posee el monopolio de la
enseñanza y del conocimiento? ¿Cómo pude pensar que la ausencia de
educación formal los transformaba en un Otro ignorante?
El mundo se compone de dualidades. No, me corrijo. Al mundo se lo ha
dualizado, se lo ha significado desde construcciones dicotómicas; desde esos
enfoques se lo ha hecho cognoscible. Así, conocer a aquello que forma al
mundo parece imposible si no se lo adecua a los patrones generales, esas
representaciones sociales que tipifican a los sujetos, a sus prácticas y a sus
relaciones.
Al fin y al cabo, durante mucho tiempo el conocimiento y la institucionalización
del conocimiento fueron un mecanismo de dominación, una forma de asistir a
una única concepción de mundo en donde el conocimiento formal es poder; el
poder, decisión; y la decisión, dominación.

Por mucho tiempo, las tapas de los libros fueron los muros del conocimiento.

Todo sería más sencillo si fueran como un traje. Se saca, se dobla, se guarda.
Pero no. Es algo más complicado que eso. Se infiltran, penetran, se hacen uno
mismo con cada uno. Hacen que nuestra mirada no sea cualquier mirada y que
nuestro pensamiento no pueda abstraer cualquier  pensamiento; o por lo
menos, si lo logra, que le cueste demasiado conflicto hacerlo. Todo se ve
doble; todo sujeto tiene su opuesto, toda idea su contra-idea.
El problema de ciertas ideas sobre el mundo no es que existan. Tampoco es
que lleguen a nosotros. El problema somos nosotros con esas ideas. El único
conflicto es creer que esas son las únicas ideas posibles.

Pero hay otro problema; más grave, quizás. Lo que somos se cuela en lo que 
hacemos. Y lo peor: se cuela en los otros. 

La forma en la que comprendemos y estructuramos el mundo se infiltra en
nuestra forma de enseñar, de forma sigilosa y hasta casi inadvertida. Es ahí
cuando nuestros modelos de referencia se convierten en un límite, y no sólo
para nosotros. Es cuando enseñar se transforma en contar siempre el mismo
cuento, postergando la posibilidad de generar voces que den creatividad y
nuevas tramas a esas mismas historias. Mis límites sobre el mundo hacen mis
límites sobre mi enseñanza, mis límites sobre la creación, sobre el
pensamiento, sobre el conocimiento.

Afortunadamente, llega la duda e instaura la desconfianza. Destruye... y vuelve 
a construir.

Crisis. Poner en duda es ponernos en duda, porque en cierta forma somos lo
que creemos. Algunos lo llaman espacio de Borradura, todo es tan difuso que
obliga a tomar el lápiz y volver a escribir. Ahí espera la hoja en blanco, siempre
dispuesta a escucharte. Es como volver a armar el rompecabezas que desde siempre venís armando. Sólo que esta vez lo armás diferente, unís piezas que
nunca antes encajaron. Y vaya sorpresa: ahora encajan.

Ignorancia | conocimiento

Conocer, a veces, es una forma de ignorar. Ignorar otros conocimientos u otras
formas de conocer. Por eso me gusta hablar de ignorar, porque es como una
utopía: vos conocés dos pasos, pero la ignorancia avanza cuatro.
Ignorar es recordarnos que queda todo por conocer. Le ayuda al conocimiento,
que en su ego cree siempre saberlo todo. Comprende que lo que cierra el ciclo
es siempre una pregunta, no una respuesta; que la búsqueda es el
conocimiento; que conocer es una actitud. La ignorancia se despoja de la
arrogancia. Se asume ignorante y eso la hace sabia.

Ahora lo sé. Cuando los llamen ignorantes, los habrán llamado sabios. 

Cuéntame otra historia

on martes, 22 de mayo de 2012



Apenas pasaba los diez años y ya soñaba con ser actor.

Lo comprobaba en cada acto escolar, sintiendo una adrenalina inexplicable cada vez que la ocasión me ameritaba un buen disfraz de gaucho o de patriota en el legendario 25 de mayo.

De a ratos me proponía llegar a ser intendente, vestir de traje y tener altas pilas de papeles por firmar. Entrar y salir de reuniones, dar discursos, hablar mucho por teléfono, salir en la tele.

A veces mi imaginación se daba más licencias y recorría mundos que sólo para mí parecían posibles. Ahí es cuando me empecinaba en saltar de tapiales esperando volar o cuando corría con los puños cerrados y las manos adelante como el superhéroe que pensaba que era.

Después, claro, llegaron las fantasías con el tenis y ahí me veía, en medio de un estadio repleto, con mis medias manchadas del rojo del polvo de ladrillo, y mis manos en alto, saludando y agradeciendo la ovación.

Pase por la etapa del abogado justiciero, del escritor, del psicólogo complejo y rebuscado.

Pase por tantas profesiones y aventuras que sería imposible recordarlas. Pero no es lo que importa. Lo que importa no es lo que quería ser sino lo que era: un niño que soñaba. La niñez era soñar y ésa era mi única historia sobre la niñez.

Un día vino a mi casa un chico del barrio, de esos que pocas veces se sumaban a la banda de la cuadra a jugar a la escondida o a la pelota. Era un año más chico que yo, pero créanme que su madurez no era propia de su edad. Estaba sorprendido; no era común verlo ahí, entre nosotros. No sabía nada de él, sólo que era un bicho raro que no encajaba en mi historia sobre la niñez.

Lo invité a jugar, dubitativo, pero prefirió quedarse parado a la par de su papá que conversaba con varios vecinos más, en las típicas rondas de mate de la cuadra. Seguía sin entender, pero tampoco me esforzaba demasiado en comprenderlo.

Pasaron un par de horas y como toda tarde de verano llegaba el momento de ir al quiosco de la vuelta a comprar el esperado helado palito. Todos corrimos a nuestros padres a buscar las monedas (en ese tiempo bastaban sólo un par de monedas) para ir en búsqueda de nuestro helado. Casi por obligación y para no quedar mal, lo invité a que nos acompañara y disfrutara con nosotros el momento que esperábamos todos desde la siesta.

“¿Vamos a tomar un helado?”, le dije mostrándome como todo un niño bueno y comprensivo.

Me miró y, como reafirmando mi percepción de bicho raro, agachó la cabeza indicando que no. No lo podía entender. Que no juegue con nosotros, que no salga demasiado durante la siesta, que no se despegue del padre, todo podía llegar a entenderlo; pero que no quiera un helado palito de crema escapa de toda comprensión posible.

Ante mi cara de desconcierto, mi mamá insistió nuevamente. Le dijo que vaya, que ella me había dado dos monedas y que con eso nos alcanzaría para comprar dos helados. Lo miré sonriendo y con mis ojos abiertos como diciéndole que el problema que le impedía ir ya estaba solucionado. Pero no, el problema seguía.

El chico raro se dio vuelta, miró a su papá y, entre timidez y desconcierto, le preguntó:

“¿Qué es el helado?”.

Acaba de escuchar la cosa más extraña que nunca antes había oído. Miré a la mamá de otro amigo del barrio y sus ojos empañados de lágrimas me dieron a entender que no era oportuna la carcajada que estaba por largar. Seguí sin entender y, seguramente, pasó tiempo hasta que pude comprender el peso de esa respuesta.

El problema no era el helado; el problema era que había conocido al primer chico al que no podía encajar en ningún personaje de mi única historia sobre la infancia.

Fue a partir de ahí cuando comencé a conocer una nueva historia; aquella que tiene que ver con los niños pero no con mi relato de niñez. Una historia con pocos juegos y demasiadas responsabilidades para tan pocos años, una historia de madurez forzada por las circunstancias, una historia sin tiempo para superhéroes voladores.

Pasó mi infancia y mi adolescencia me veía decidiendo qué hacer después del ansiado viaje a Bariloche: se terminaba el secundario y era necesario continuar estudiando. Hacía tiempo ya que el periodismo era para mí una vocación y terminó siendo finalmente la mejor opción. Decidí estudiar esa carrera motivado con trabajar en radio o en televisión, quizás en un diario, pero siempre dentro de algunos de los grandes medios de los que todos hablaban. Por ese entonces, mi única historia sobre el periodismo  eran los medios. No podía pensar en otra cosa que no sean los grandes noticieros cada vez que hablaba de periodismo.

Llegué a la facultad y durante el primer año mi historia siguió siendo la misma; mi aspiración y mi admiración hacia los grandes medios aumentaba cada vez que tomaba contacto con una cámara o un micrófono.
Sin embargo, en segundo año todo cambió. No sólo comencé a descubrir que había otra historia sobre el periodismo, sino que esa otra historia era la que verdaderamente quería contar. Entonces comprendí que el periodismo no se reduce a los medios y que el “periodismo” de los medios no era el que despertaba en mí pasión y vocación. Una única historia había conocido sobre mi profesión y esa única historia limitaba mi horizonte.

Entonces todo fue diferente a partir de allí. Ya había entendido que mi vida se componía de historias únicas, relatos que narran una sola visión de las cosas, que miran todo desde un único punto de vista. Comprendí que conocerme a mí mismo implicaría descubrir qué otras historias encerraba el mundo, encerraba mi profesión… y encerraba mi vida.

Me pare a mitad del cuento y empecé a mirar a los costados. Vi el camino que había transitado, las decisiones que había asumido, los lugares en los que había estado. Detuve el curso de la historia y me vi a mi mismo.

Me habían contado una historia sobre la vida y esa historia, que no me era propia, era -sin embargo- mi única historia sobre la vida. De repente me vi, entonces, asumiendo esa vida, persiguiendo metas que no me pertenecían, buscando un lugar en el que, lejos de hallarme, me perdía.

¿Cuál es la verdadera historia sobre mi vida? Esa fue mi pregunta, y el cuento empezó de nuevo.

Descubrir nuevas historias es animarse a mirar el mundo desde lugares distintos, desafiar lo conocido y atreverse a darle nuevos sentidos. Las historias únicas aprisionan el descubrimiento y estancan la vida; son el cuento que no se cuenta sino que se reproduce, se repite, reincide siempre igual a sí mismo. Son historias que no se viven porque se obedecen.

Las únicas historias son las que ocultan otras historias, y esas otras historias son las que liberan cuando algún narrador se anima y decide contarlas. 

                                    Texto inspirado en el video de la escritora nigeriana Chimamanda Adichie. 

Si quieres…

on sábado, 5 de mayo de 2012


Ya no hay lugar para ataduras,
ni para verdades silenciadas.
Ya acabaron los controles ,
y las mentes programadas.
Hoy la verdad es tu parecer
pues la pauta no está marcada.
Hoy lo correcto es tu forma de ver,
hoy las reglas serán alteradas.
Si quieres la noche por el día,
no te acobardes,
ve y sueña en pleno mediodía.
Si quieres amar a lo prohibido,
no te reprimas,
ve y conquista sus sentidos.
Si quieres preguntar en lugar de responder,
no te inhibas,
ve y destruye todo lo que parece ser.
Si quieres pensar en lugar de aprender,
no te censures,
ve y descubre tus propias formas de ver.
Si quieres romper tus estructuras,
no te detengas,
ve y dibuja tu propio espacio de borradura.
Si quieres viajar a contramano,
no te frenes,
construye el camino que creas indicado.
Ya no hay lugar para ataduras,
ni para verdades silenciadas.
No hay espejo que refleje lo real,
no hay verdad que en su esencia no sea parcial. 

Ser Joven es Ser Yo Mismo

on lunes, 23 de abril de 2012
Como unidos por el viento o conectados por el sol. Casi como si sólo las miradas bastaran para forjar lazos indestructibles. Mitad en la tierra, mitad volando. Vagando de alegría en una dimensión sólo conocida cuando ahí estamos: juntos. Todos dejamos de ser lo que aparentamos para empezar a ser lo que somos. No hay máscaras ni disfraces. Creemos en lo que somos porque creemos en lo que hacemos. Y seguimos, caminando creyendo. Creyendo mientras caminamos. Creemos en lo que somos cuando nos compartimos, cuando nos entregamos, cuando nos ofrendamos en el tesoro del tiempo que se invierte en amor. Creemos en lo que sentimos, en las incontenibles ganas de abrazarnos cinco veces en un minuto, en las risas desmedidas, esas que se escapan cuando no hay filtro de la razón ni inhibiciones del miedo al ridículo. En las lágrimas que empañan nuestros ojos, cada vez que el corazón explota de sentimientos que ya no quieren contenerse. En el mundo que vemos cuando decidimos mirar todo con los ojos del alma, cuando descubrimos que ese otro mundo es real y está más cerca de lo que podemos imaginarnos. Creemos en lo que podemos, en que juntos somos una fuerza que no conoce de imposibles ni inalcanzables, porque ahí estamos cuando alguno tropieza, tomando su mano para arrancar de nuevo. Creemos en lo que nos trasciende, en ese Dios que no se cansa de mostrarnos el camino, que nos regala el milagro de la plenitud en cada instante que lo abrazamos, que nos confía su amor pese a nuestras dudas, que nos agasaja con su confianza pese a nuestras faltas. Creemos porque necesitamos creer y porque creer es lo que nos da vida. Creemos. Confiamos. Tenemos fe. Ser Joven es el único espejo que refleja mi alma, que conoce el verdadero combustible que da riendas sueltas a mi felicidad, que saca mi niño interior y lo deja ahí… expuesto e incontenible, con impulso y desparpajo, con amor… y con ganas de amar. Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos… Somos lo que somos haciendo lo que sentimos… Somos, al fin y al cabo, el SÍ que se renueva cada momento que compartimos juntos.

Levantar una bandera y esconder una mano

on sábado, 24 de marzo de 2012
Es curioso pedir Memoria en la sociedad de la amnesia.

Exigir Derechos Humanos cuando nosotros torcemos esos derechos.
Y lo hacemos a diario, en cada acción y en cada omisión.

Es curioso ser nacionalista cada 24 de marzo, cuando diariamente miles de argentinos recogen nuestras migas y se chupan nuestras miserias.

Colgar una foto en cada red social pidiendo Nunca Más, cuando segundos antes le dijimos Una Vez Más a nuestra indiferencia social.

Es llamativo hacer alusión los 30 mil trágicamente desaparecidos, cuando a cada momento condenamos a la desaparición a cientos de personas enterradas en nuestro olvido.

Es interesante ver nuestra efervescencia en días como éste y tratar de comprender luego nuestra existencia inmóvil e inmanente.

Es raro pedir justicia desde lugares tan cómodos, como si no fuera responsabilidad nuestra la liberadora acción de buscar un país más justo.

Es curioso, llamativo, interesante y raro, sacarnos una foto justo ahora: en ese instante de lucidez en el que las palabras se llenan de discursos con ideas, sentidos, pensamientos y compromisos. Tomar esa foto y colgarla en ese lugar en el que nunca vamos a dejar de verla: cada no 24 de marzo, de cualquier año y en cualquier lugar.

Porque la memoria no es un recuerdo ni una abstracción, no es un discurso ni una palabra eterna. La memoria no es un slogan ni un dedo que condena. La memoria, argentinos, es una convicción de vida, una lucha permanente, una acción diaria. La memoria es el contrapeso por antonomasia de la indiferencia. Y la indiferencia, la amnesia que nos convence de que no es contradictorio levantar una bandera y esconder una mano.

¿Levantar una bandera y esconder una mano?

“Pareciera que los Derechos Humanos se quedan pegados a lo que fue la dictadura militar y a los que la sufrieron. Pero no tenemos la capacidad de hablar de Derechos Humanos hoy. Derechos Humanos hoy en honor a los 30 mil desaparecidos. Porque los 30 mil desaparecidos no pensaban en qué paso antes, pensaban en qué va a pasar mañana, cómo vamos a construir el mañana, desde qué códigos, con qué políticas. Y eso fue lo que dio miedo y ahí es cuando dijeron: hay que eliminar". Bichi Luque, Colectivo de Jóvenes por Nuestros Derechos.