Madres, lo lograron

on miércoles, 22 de diciembre de 2010

Respiro, suspiro y cierro los ojos.
Las veo en los escapes de mi mente y se empañan los ojos.
Ahí están. Esperando; como siempre.
En sus rostros, un par más de arrugas.
En sus ojos, la lucha de siempre.
Continuan sus pasos en círculos:
lentos, firmes, perseverantes.
La locura de la cordura no pasa de moda;
y ellas, locas cuerdas que se animaron, tampoco.
Hoy la historia les dió una caricia,
un consuelo justo de memoria y verdad.
Perpetua para Videla y Menendez;
y un perdón de mi parte, y como argentino que soy, a las nombres que ya no están.

Sueño

on lunes, 20 de diciembre de 2010

Sueño porque soy un soñador
y me brillan los ojos porque soy un utópico.
Camino porque soy un luchador
y duelen mis pies porque no les temo a las piedras.
Hay sangre en mis venas y la siento cuando "siento",
no cuando sólo vivo.
En cada palabra, un ideal;
en cada paso, un propósito.
Que no tuerzan los vientos mi convicción,
que no enfríen los hielos mi fuego interior.
Quiero ser yo y nunca cambiar,
quiero ser yo y sobrevivir.

Soñar es ser realista, porque el hombre se mueve de sueños.

GAME OVER DEL SISTEMA

on viernes, 18 de junio de 2010

Conquistar la vida para condenar a la muerte

Al ser lo que das, si no das, no sos. Pero como no quiero que seas, impido que des. Lo que darías, hago que no valga; lo que vale, jamás podrás darlo.

La conquista de la vejez ha sido tan innovadora como contradictoria: la esperanza de vida ha aumentado, al tiempo que la certeza de un buen vivir se ha vuelto más bien utópica.

Y dicen que el tiempo todo lo cura,… pero para algunos, el tiempo lo destruye todo. Los años son delitos, y en el haber propio de la naturaleza policial, antecedentes oscuros de los convictos de la tercera edad. No hay para ellos esposas, pero sí la fría soledad de un calabozo en penumbras.

No hay sentencia ni dedos pintados, pero sí la condena a una vida tan vacía como inadvertida. Inutilidad culposa que debe pagarse, con el agraviante de “estar”, porque estar es ocupar aquello que otro podría estar ocupando.

La lógica es simple: a sus voces, gritos; a sus pasos, trotes; a sus sueños, ambiciones. La debilidad es su fracaso y el tiempo su enemigo; son todo lo que no hay que ser, antítesis silenciosa del ideal sistémico.

Y en un mundo de carreras sin ventajas, el paso lento pareciera no pisar fuerte. El tiempo es oro, la pausa es pérdida. Sentados viendo el mundo correr, perdidos de tantas vueltas, aturdidos en tantos gritos. Presos de sus arrugan y sometidos a sus canas. Así son; así están. Retraídos a una existencia estática, inevitables espectadores de una función limitada.

Lejos de ser su pesar la condición física, la significación sociocultural es la herida de la que sangran sus penas. Portadores de una identidad inútil, su única función es despojarse de la ilusión de tener funciones, adoptando el decoro de la permanencia tan desértica como intransigente. Conquistar la vida para condenar a la muerte; dualidad tan propia de nosotros, los que nos llamamos racionales en un mundo en donde la razón es administrar recursos, sobrevalorando los que nos suman, descartando los que nos restan.

Pero como siempre, la exclusión se camufla de inclusiva y encierra en un discurso pintoresco la semilla viva de esta concepción petrificadora. Mientras que jubilarse pareciera la recompensa solidaria de un orden que premia la recorrido, desde la raíz misma del sistema productivo no es más que el ingreso a un camino de silencios, cuyos sostenedores han entrado a la palabra muda, aquella que no es productiva, que no aporta nada cuantificable. No es más que la afirmación, tan silenciada como latente, de la muerte del sujeto activo, despertando sólo por inercia, caminando sólo por costumbre.

Les permitimos estar, aguardar que su momento llegue, pero no más que eso. Atrofiada toda capacidad creativa, se vuelven expertos en culpabilizarse; si están molestan, si no están alivian.

Y allí están quienes ni la familia sostiene sus pesares; quienes sólo ven a aquellos que comparten su mismo lugar, sus mismas dolencias. Asistidores en esa rutina siempre igual a sí misma, los asilos son hoy solución para muchos. Ahí esperan, conformándose con lo que les toca, pues hacerlo es menos doloroso que verse olvidados.

Expertos en perdurar, en matar el tiempo con la mirada perdida bajo la melancolía del recuerdo, sospechándose a sí mismos de ser molestias, carga improductiva en el camino por la conquista. Sentados, sin demasiadas pretensiones, con más lágrimas que sonrisas. El presente es sólo pasado encaprichado en no irse, y a su vez, de las pocas compañías que ayudan a pasar el mal trago de la soledad.

Cantores de un tango que nadie quiere escuchar, enfundan su bandoneón, ahogan sus penas en lágrimas, resignan palabras, respiran profundo y se echan al olvido. La experiencia se desviste, se desnuda a sí misma, y se coloca el manto del atraso.

La palabra que en su cuerpo sostiene la sabiduría, es la única que no muere por las perspicacias del tiempo. Podremos a ellas hacerles oídos sordos, pero lo que en su interior palpita jamás ha de ser dañado. El saber que no siente muere al cabo de un tiempo; pero el que siente lo que sabe y disfruta lo que aprende, vive con la palabra despierta en cada paso que asienta.

Dice Marie Von Eschenbach, “en la juventud aprendemos, en la vejez entendemos”. Qué bueno sería que nos animemos a aprender algo de los que algo han entendido, porque en definitiva sólo al caminar se hace camino, y nadie mejor que quien ha caminado para nutrirnos con sus crónicas de viaje.
on jueves, 8 de abril de 2010
Con el pie izquierdo

Hoy no fue mi pie derecho el primero que tocó el piso al levantarme por la mañana. Sí, me levanté con el pie izquierdo; me levanté cruzado, peleado con el sistema.

Peleado con esa fábrica de producción en serie que busca hacernos a escala, a talla y medida. Con el dios sin santidad que busca reproducirnos a su imagen y semejanza, volvernos una copia o un número más en el fichero.

Peleado por tener que ser lo que “hay que ser” y no simplemente lo que somos; por tener que decir lo que quieren que digamos y no lo que debemos.

Peleado por ya tener el futuro ideal sin siquiera saber lo que quiero; por tener el camino marcado y el destino definido; porque se ilusionan con lo que esperan de mi sin preguntarse qué espero yo para mi mismo.

Enojado por una vida matemática, de resultados exactos, de riesgos escasos, de pensamientos cuadrados. Con una vida cual ciencia exacta, en la que aprender las respuestas desplaza el hacernos preguntas.

Cansado de caminar siempre el mismo camino, de escuchar siempre los mismos sueños, de dibujar siempre los mismos amaneceres, de oír las mismas propuestas, de ilusionarme con los mismos regalos, de esperar comprar siempre las mismas cosas, de que todo cierre siempre con el mismo punto final.

Cansado de que todos sepamos quienes son, pero que sigamos sosteniendo que son lo que ellos nos dicen que son; de que siempre los mismos estén arriba o de que los que estén arriba siempre sean de los mismos.

Cansado de esperar el futuro que “dicen que es de los jóvenes” pero que nunca llega; cansado de las “cosas de grandes”; cansado de que se me exija compromiso y las únicas oportunidades de participación sean alternativas, es decir, fuera de ese sistema que nos tilda de “juventud perdida”.

Cansado del “traje y corbata”; de que para ser sólo hay que parecer, similar, aparentar. Cansado de que un título te defina como persona; de que un color te determine oportunidades; de que una procedencia te abra o te cierre caminos. Cansado de un “orden” de desorden, de caos.

Peleado con un periodismo conductivista, mecánico. Con un periodismo que se conforma siempre con las mismas respuestas; que se volvió experto de una rutina sistemática, y que -por hacerlo- se creyó la propia falacia de estar haciendo periodismo. Con un periodismo de preguntas rápidas, de agendas fugaces; con un periodismo convencido de que “nombrar” es tratar periodísticamente.

Cansado, enojado, y lo más grabe: peleado conmigo mismo, por ir convirtiéndome en el hombre que quieren que me convierta y no en el que quiero convertirme.

Danilo
on sábado, 20 de febrero de 2010

Pobreza: ¿Nacer iguales y morir diferentes?

Rodeado de una familia de oro y de una sobrina que ilumina cada paso que doy. Acompañado por decenas de amigos que alivian las cargas y me regalan sonrisas de a montones. Con salud y con lo suficiente en los bolsillos para vivir. Con dos títulos bajo el brazo y la posibilidad de sumar otros. Con un techo que me protege y un lugar que me acoge.

Pero todo es nada si hablo desde ese dolor en el pecho; desde ese lugar en mi corazón que sigue esperando; desde la inexplicable sensación de que nada va a tener sentido hasta que yo no encuentre el sentido.

Es ahí cuando me pregunto por qué nada es suficiente para llenar ese vacío que hace que todo sea hueco. Y aunque sé la respuesta, me miento a mi mismo e intento convencerme de que todavía busco explicaciones. Quizás sea la mejor forma de ganar tiempo, aunque sospecho que -más que en ganar- soy un experto en robar días, aquellos mismos que podría dedicar a quienes un segundo puede ser el más preciado tesoro.

Sucede que a veces el silencio es hambre: tan crudo como el dolor y tan frío como el odio mismo. Pareciera ser un parásito que llega para exprimir hasta lo que no hay, obligando a reducir lo que somos a la simple condición de “donde estamos”. Ese mismo parásito que hace que la vida se reduzca a adaptarnos a una situación, alienando la posibilidad de crear e -incluso- despojándonos de la convicción de creer en que podemos crear el hombre que queremos ser.

Es la ausencia de ese crear la que alimenta mi vacío, la que acusa sin tapujos mi indiferencia, la que desnuda sin pudores mi quietismo débil y conformista. Me obliga a moverme, a caminar, a hablar, a denunciar, a redefinir hasta mis convicciones más profundas. Fue difícil entender de dónde llegaba aquel vacío, pero al comprenderlo todo se vuelve más claro y tus acciones buscan finalmente ser consecuentes con tus palabras.

Todo es nada si entendemos que todo depende de donde lo mires. Porque lo que pensamos muchas veces forma parte de un pensamiento que repetimos por inercia, sin detenernos a entender eso mismo que decimos. Porque lo que pensamos muchas veces es lo que piensan y lo que quieren hacernos pensar.

Decir pobreza hoy ha dejado de ser sólo necesidades básicas insatisfechas y, al mismo tiempo, es esto la totalidad de su condición. Las diferencias económicas han sido sustento de una construcción sociocultural y simbólica, que ubicó a quienes se encuentran en situación de pobreza en una condición de “ser” discursiva y hegemónicamente determinada. Así, despojados de la posibilidad de construir su imagen en la interacción con los demás, deben destruir primero aquello que los condiciona: el estereotipo con el que se los señala. El “negro”, el “vago” y el “choro” son los perfiles perfectos para reducir toda una problemática social.

Pero me animo a preguntarme, y les pregunto:
¿Qué harías si te dijeran quien eres sin siquiera conocer tu rostro?
¿Qué sentirías si condenan lo que “haces” sin haberlo hecho?
¿Cómo vivirías si fueras ladrón sin haber robado?
¿Son lo que creemos o creemos lo que no son?
¿Realidad o construcción?
¿Nacer iguales y morir diferentes?

Hemos hecho de la pobreza no sólo una carencia material sino también una condena social. Cada segundo, estómagos de millones de niños aguardan una sobra de algo o de alguien, al tiempo que millones de caras son víctimas del estigma de la portación de rostros. No es sólo cuestión de dinero, pues la inclusión y la integración no pueden comprarse ni siquiera por la billetera más gorda.

Mucho se habla de la inseguridad que se experimenta hoy en día, pero poco se discute sobre la situación de inseguridad que padecen las familias en condición de pobreza extrema. Mucho se dice sobre los temas que nos afectan, pero poco sobre los asuntos que nos competen resolver. Será cuestión de que entendamos que esta construcción polarizada de la sociedad es lo que genera inseguridad: que se aíslen los que más tienen en un country y que se aíslen los que menos tienen en una villa.

Ojalá sean muchos a los que un vacío inquieto les quite el sueño, y ojalá sean muchos los que decidan buscar llenarlo.
on jueves, 11 de febrero de 2010
Romper el silencio

Cansados de no escuchar mucho, y hasta por momentos, cansados de no oír nada.
Así empezamos: cansados. Porque en definitiva el cansancio es la intolerancia de aquello que se repite a nuestro alrededor; la insatisfacción de una presencia, y en casos como éste, la insatisfacción de una ausencia.

Ojo: que el ruido no nos confunda. Son las palabras las que pueden romper al silencio con propósito, porque ellas esconden la potencialidad de ser mensajes en un mundo de tanto sonido y poco sentido.

¿Resignados? Sí. A que no hay otra forma. A que no hay método posible que no sea el hacer, el crear, el transformar. A que formamos parte. A que no podemos escapar ni volvernos sordos.

Dejamos de ser inocentes para ser cómplices. Porque nuestro silencio se vuelve mensaje para muchos, mensaje de ausencia, y ausencia que sigue reforzando una única forma de ver, sentir y hacer las cosas. El dolor no limpia la conciencia. La lástima no cambia los hechos.

Miremos a nuestro alrededor y animémonos a contar cuántas cosas son lo que no deberían ser y sin embargo son. Allí están, perdurando sin confrontación, perpetuándose con una guardia mínima de resistencia. En el medio, la ilusa creencia de que todo es como es: absoluto, irreversible, eterno.

Por momentos estalla una esquizofrenia aguda y los hechos prolongan lo que las palabras denuncian. En ese sin sentido todo se vuelve inválido, porque la palabra que no genera hechos se corrompe a sí misma. Se roba su propia licencia para gestar cambios, y vaga tan débil como insulsa.

Palabras que matan silencios
no es más que el resultado de la intolerancia, del cansancio de que lo poco sea todo. En el rincón entre donde estamos y donde queremos estar viven los sueños, y empujan para que el hoy se parezca lo más posible a ese mañana. Así, nuestro presente puede llenarse de tantas fantasías como estemos dispuestos a alcanzar, y llegar tan lejos como nos animemos a llegar.
Será cuestión de que nos animemos a oír, para que las palabras germinen en nuestras mentes, y nos animemos a hablar, para que nuestra voz…, sea finalmente semilla.

Los invitamos a que nos acompañen en este desafío, y a que construyan con nosotros aquello que queremos ver construido.

Romina – Danilo