La fragilidad de la memoria

on miércoles, 4 de enero de 2012

La memoria es frágil, pero no por ser frágil,
sino porque el tiempo corre demasiado rápido.
Es casi inevitable, casi tan natural como la fugacidad de un segundo en el recorrido de un año.
Dura lo que una gota de agua en medio del desierto;
lo que demora un sonido en perderse en el espacio.
La memoria es frágil sólo a causa del tiempo:
veloz, prepotente, irreversible.
Ante él, hasta al más memorioso se le vuelven difusos los recuerdos,
extrañas las fechas y, peor aún, lejanos los rostros.
Lo que parecía eterno admite su caducidad ante las desafiantes agujas del tiempo;
y ante eso, el futuro es más incierto que lo incierto,
más extraño, incluso, que lo desconocido.
De repente, lo común se vuelve atípico;
lo cercano, lejano;
lo indispensable, accesorio.
Por allí pasó el tiempo, con sus desencuentros,
con sus atropellos, con sus desatinos.
La memoria no es frágil, aunque el tiempo la obligue a serlo.
Quizás por su defensa:
por el dolor de los momentos que no son;
por la tristeza de las ausencias que empezaron a ser;
por el presente que no vive si sólo de pasado se alimenta.
Era sabio el tiempo al fin.
Le dio a la memoria fragilidad,
antes que sus recuerdos, la mataran de amargura.

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