Borrador

on viernes, 25 de enero de 2013



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Conocimiento - Ignorancia


|  BORRADOR  |


Despojado de todo, el todo se hace nada. O quizás no. Quizás, despojado de
todo, aflore lo que es, la esencia no contingente.
Es cierto que es imposible, pero resulta interesante pensarlo. El mundo, sin lo
que conocemos de él, ¿seguirá siendo mundo? Entonces, despojados de lo
conocido, ¿nos sumergimos en la ignorancia? En lugar de conocer, buscar
desconocer. Sería como caminar hacia atrás; o quizás no. ¿Es posible conocer
la ignorancia? Tal vez la ignorancia no resulte tan ignorante, ni el conocimiento
tan culto. Quizás hay un poco de cada uno en el otro, quizás no son tan
opuestos, quizás no existen sin el otro, quizás no existen. Sí, muchos quizás,
es cierto. Pero qué mejor que el quizás, que siembra la duda y se desliga de
disiparla, que instaura la rispidez y que -odiosamente- te llena de problemas.

Volvamos al conocimiento, digo (perdón), a la ignorancia.

Hasta hace unos años solía preguntarme cómo sería la vida del que
desconoce, del que ignora, del ignorante. Entonces pensaba cómo
sobrellevaría sus días sin saber que 1853 fue el año en el que se consolidó la
Constitución Nacional, que Rousseau fue quien comenzó a sentar las bases de
la democracia, que las palabras agudas terminadas en n, s o vocal llevan tilde
o que la raíz cuadrada de 25 es 5. Ahí es cuando me invadía una sensación de
vacío; claro, el vacío de pensar en algo que no está, que falta; el vacío de sentir
que el otro es ajeno al conocimiento, que no le pertenece.

Por suerte, algunas experiencias cambiaron mi concepción de “vacío”.

Con el tiempo dejé de pensar tanto en cómo sería la vida de los demás y
empecé a pensar en mi propia vida. No desde una posición egoísta, sino más
bien  introspectiva. Ahí empezó el problema. Todo está bien, hasta que nos
preguntamos si todo está bien.
Yo conocía, había pasado toda mi vida tratando de conocer, sabía que me
gustaba conocer y sabía también que era bueno tratando de hacerlo. Conocer
parecía ser la experiencia que más dominaba de todas mis experiencias
posibles. Me sentía seguro, avanzaba a paso firme y mis proyecciones rara vez
se ponían horizontes.

Pero después caí. Mi lamparita se apagó; o quizás se prendió por primera vez. 

No sé cómo fue, cuándo ni quién la generó. Pero pasó. Alguien abrió esa
puerta y mi porfiada curiosidad se ocupó de no cerrarla más. Llegó, fue una
avalancha de luz.

¿Qué es el conocimiento?

Leída hoy, no parece demasiado. “¿Qué es el conocimiento?”. No la subestimo,
pero hoy ya no me es extraña, es casi inseparable de mí.
Cuando llegó fue como un tornado, arrasó, me dejó sin nada y a la vez me dio
todo. No me preguntó si lo aceptaba; conocerla implicó no poder elegir volver a
no conocerla.
El resultado de esa pregunta no produjo en mí sólo la típica preocupación
Moderna sobre lo cognoscible y las formas de conocer. Su reacción fue mucho
más profunda.
Esas cuatro palabras me pusieron de espaldas a mis proyecciones y de frente
a mi pasado. De repente me encontraba frenado, mirando hacia atrás, con más
replanteos que objetivos, con más preguntas que todas las respuestas que creí
haber encontrado desde el primer día que pisé la salita de 3. Ahí estaba,
aturdido y ofuscado, inconforme y con miedo.

Era una posibilidad. Todo lo que había aprendido podía no ser. Mi historia 
sobre el mundo no era la única historia posible sobre el mundo. 

Fue en ese trance que volví a mis viejos divagues. Recordé cuando me
desvelaba pensar en quienes no conocían y recordé la sensación de vacío. Fue
curioso. Era la misma sensación que sentía yo, en ese momento, con más
conocimientos en mi cabeza de los que podría imaginarme. Después de haber
leído tantos libros, de haber consultado tantas fuentes, de haber aprendido
tantos nombres, memorizado tantas fechas... después de todo eso, volvía la
sensación de vacío. Pero lo comprendí. El problema no era el conocimiento. El
problema era yo.

Mi historia sobre el conocimiento era demasiado limitada. Había un 
conocimiento sin libros y un mundo sin ignorantes. 

Descubrir nuevas historias es animarse a mirar el mundo desde lugares
distintos, desafiar lo conocido y atreverse a darle nuevos sentidos. Las historias
únicas aprisionan el descubrimiento y estancan la vida; son el cuento que no se
cuenta sino que se reproduce, se repite, reincide siempre igual a sí mismo. Son
historias que no se viven porque se obedecen. Las únicas historias son las que
ocultan otras historias, y esas otras historias son las que liberan cuando algún
narrador se anima y decide contarlas.
A la pregunta inicial, la dueña de todos mis males, le siguió otra. Fue también
problemática, pero de una manera distinta. Fue como una señal de tránsito en
medio de la nada: me orientó sobre hacia dónde seguir; y le hice caso.

¿Quién determina cuál es el conocimiento legítimo?

Después de eso, nada fue como antes. ¿Quién puede atribuirse el derecho a
determinar qué tipo de conocimiento es legítimo y qué no? ¿Cómo puede
creerse que la educación institucionalizada posee el monopolio de la
enseñanza y del conocimiento? ¿Cómo pude pensar que la ausencia de
educación formal los transformaba en un Otro ignorante?
El mundo se compone de dualidades. No, me corrijo. Al mundo se lo ha
dualizado, se lo ha significado desde construcciones dicotómicas; desde esos
enfoques se lo ha hecho cognoscible. Así, conocer a aquello que forma al
mundo parece imposible si no se lo adecua a los patrones generales, esas
representaciones sociales que tipifican a los sujetos, a sus prácticas y a sus
relaciones.
Al fin y al cabo, durante mucho tiempo el conocimiento y la institucionalización
del conocimiento fueron un mecanismo de dominación, una forma de asistir a
una única concepción de mundo en donde el conocimiento formal es poder; el
poder, decisión; y la decisión, dominación.

Por mucho tiempo, las tapas de los libros fueron los muros del conocimiento.

Todo sería más sencillo si fueran como un traje. Se saca, se dobla, se guarda.
Pero no. Es algo más complicado que eso. Se infiltran, penetran, se hacen uno
mismo con cada uno. Hacen que nuestra mirada no sea cualquier mirada y que
nuestro pensamiento no pueda abstraer cualquier  pensamiento; o por lo
menos, si lo logra, que le cueste demasiado conflicto hacerlo. Todo se ve
doble; todo sujeto tiene su opuesto, toda idea su contra-idea.
El problema de ciertas ideas sobre el mundo no es que existan. Tampoco es
que lleguen a nosotros. El problema somos nosotros con esas ideas. El único
conflicto es creer que esas son las únicas ideas posibles.

Pero hay otro problema; más grave, quizás. Lo que somos se cuela en lo que 
hacemos. Y lo peor: se cuela en los otros. 

La forma en la que comprendemos y estructuramos el mundo se infiltra en
nuestra forma de enseñar, de forma sigilosa y hasta casi inadvertida. Es ahí
cuando nuestros modelos de referencia se convierten en un límite, y no sólo
para nosotros. Es cuando enseñar se transforma en contar siempre el mismo
cuento, postergando la posibilidad de generar voces que den creatividad y
nuevas tramas a esas mismas historias. Mis límites sobre el mundo hacen mis
límites sobre mi enseñanza, mis límites sobre la creación, sobre el
pensamiento, sobre el conocimiento.

Afortunadamente, llega la duda e instaura la desconfianza. Destruye... y vuelve 
a construir.

Crisis. Poner en duda es ponernos en duda, porque en cierta forma somos lo
que creemos. Algunos lo llaman espacio de Borradura, todo es tan difuso que
obliga a tomar el lápiz y volver a escribir. Ahí espera la hoja en blanco, siempre
dispuesta a escucharte. Es como volver a armar el rompecabezas que desde siempre venís armando. Sólo que esta vez lo armás diferente, unís piezas que
nunca antes encajaron. Y vaya sorpresa: ahora encajan.

Ignorancia | conocimiento

Conocer, a veces, es una forma de ignorar. Ignorar otros conocimientos u otras
formas de conocer. Por eso me gusta hablar de ignorar, porque es como una
utopía: vos conocés dos pasos, pero la ignorancia avanza cuatro.
Ignorar es recordarnos que queda todo por conocer. Le ayuda al conocimiento,
que en su ego cree siempre saberlo todo. Comprende que lo que cierra el ciclo
es siempre una pregunta, no una respuesta; que la búsqueda es el
conocimiento; que conocer es una actitud. La ignorancia se despoja de la
arrogancia. Se asume ignorante y eso la hace sabia.

Ahora lo sé. Cuando los llamen ignorantes, los habrán llamado sabios. 

2 comentarios:

Mayra Salomon dijo...

Bellisima reflexión! como siempre, tus palabras son una melodía para mis oídos. No dejes nunca de escribir.

Saludos

Mayra

Cisco dijo...

Felicitaciones, Danilo...el mejor ejercicio para el cerebro y el alma. Y lo hacés estupendamente. Fuerte abrazo.

Cisco.

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